Condenado a ser absuelto (París)

Una gárgola, en Notre Dame.*
La torre Eiffel empieza a destellar

Espero el tren. No sé si tomarlo o mirar la luz turquesa de 8 de la tarde.
La torre, desde Trocadero.
James Douglas Morrison
Los cuatro fantásticos: Eswin, Jenny, David (Chilango) y Jorge. La foto la tomó un mexicano que se unió a nosotros. Se llama Fernando y definió a su compatriotas con el humilde apelativo de "chingativos

El paraguas que me sirvió ayer simplemente se ha destrozado. Lo llevo colgado de la mano, porque hasta ahora no hace falta usarlo. Pero la parte desplegable cae al suelo. El Chilango me mira y yo me atrevo a decirle que ya son muchas señales. Un paraguas que se respete no debe morir en un basurero, debe morir en Pont des Arts, le digo. Él que es un seguidor de Cortázar, lo entiende rápidamente: pero poco a poco nos vamos consumiendo en estas suertes de sopor literario adolescente hasta el agotamiento, el hastío, hasta llegar a la pasividad. Hemos hablado tanto del tema de París, de la ruta Cortázar, de la Maga, que la idealización de la ciudad es un tanto trucada. ¿Vale la pena estar limpiando la tumba de este argentino nacido en Bruselas y muerto a los 70 años en París? Parece que sí, pero destinar a Pont des Arts como cementerio del paraguas que se ha roto por casualidad es ir demasiado en nuestro mito parisino. Lo es, tanto o menos como tomarnos fotos en la tumba y hacer fotocomposiciones con la novela y el disco de mi banda. París tiene ese encanto en sitios como el panteón de Montparnasse, donde está enterrado Cortázar. Más allá está la calle de los artistas, y al lado contrario el barrio de los árabes. Es imposible conocer París en tres días. Por suerte en la primera jornada, un mexicano que andaba vagando ya cuatro días nos toma la foto de grupo al pie de la torre Eiffel, y se nos une. Fernando es su nombre, habla con un marcado acento norteño, y nos sugiere ir de la torre a Trocadero, luego por la avenida Kléber hasta el Arco del Triunfo, y de ahí a los Campos Elíseos, el Hospital de los Inválidos, hasta los jardines de las Tullerías, y finalmente El museo de Louvre. Cinco horas de caminata y rodillas cansadas (agotamiento amainado con casi dos horas de sueño, los cuatro de siempre recostados en la grama: Jenny, Eswin, el Chilango y yo). Al entrar a Louvre decidimos no dejarnos deslumbrar por las 33 mil piezas de exposición, imposibles de conocerlas todas. Lo natural es ver la Venus de Milo y la Mona Lisa (que nos cansamos de mirarla tanto, porque no hay muchos visitantes). Así que regresamos al hotel, salimos a festejar con vino y comida china, y luego vamos de nuevo a la torre. No sé por qué provoca esa fascinación para fotografiarla. El segundo día lo dedicamos a visitar el Barrio Latino y la catedral (vimos las gárgolas y las quimeras, también visitamos la oficina de Cuasimodo, adornada con una enorme campana). Volvemos a la torre y subimos hasta el tope, yo parezco gato que lo llevan a la bañera. Solo cuando al estar arriba y ver todo París con bruma (a 300 metros de altura) me doy cuenta de la tontería de subir tan alto con el vértigo como mi carné de presentación. El tercer día llega cargado de una noción necrológica, no solo por la visita a la tumba de Cortázar (además de las de Baudelaire, Porfirio Díaz, Sartre), sino porque que decidimos visitar la de Jim Morrison, al otro lado de la ciudad, en el cementerio de Père Lachaise. Para eso, Chilango ya se ha curado en sano y dice que no quiere ir, que ya esta bueno de tanta abstracción de adolescentes cuando le recuerdo que hay que visitar, además, Pont des Arts. Me parece justo. Pero está Eswin esperándome para buscar la sepultura del Rey Lagarto. Partimos solo los dos. Encontrarla no fue difícil, se manifiesta cierta intuición en esto de los cementerios... Jenny se bancó esta tontería que nos tomó todo un día. La admiro su capacidad de aguante. Por cierto, no le recomiendo a nadie que haga este tipo de tonterías, los ánimos bajan. Queremos viajar en bote por el Sena, pero no podemos... nos han dado mal una dirección para llegar al puerto, y ya. Decidimos seguir en metro e ir de nuevo al Barrio Latino y comer la Última crêpe en París que la recuerdo ahora en Madrid, cuando me apresto a tomar el metro con mi capucha mojada por una lluvia que no ha parado desde que amaneció. Llevo en la mochila el paraguas partido. Hay un basurero para depositarlo, pero un paraguas no-debe-morir-en-un-basurero. Lo dejo en el andén. Es un artefacto despedazado, abandonado por un tipo que no se ha afeitado en cuatro meses, que sube al vagón, y ve al paraguas roto como un corazón partido, mientras esboza una carcajada, antes de recordar un fragmento del capítulo 21 de Rayuela, donde campea una verdad infranqueable para todas las esperanzas que quieren transmutar en cronopios: "Condenado a ser absuelto. Vuélvase a casa y lea a Spinoza".

*Todas las fotos son de Eswin Quiñónez. Gracias, amigo

Comentarios

Anónimo dijo…
Hola Jorge. Qué lindas tus crónicas. Sinceramente me he quedado con unas ganas inmensas de ir a Paris y hacer todo ese tour necrológico, de museos, de calles y de vida que han hecho. Es más ya me tomé el atrevimiento de copiar una foto de la bella torre para ponerla en mi fondo de pantalla. Espero que todo vaya muy bien. Felicitaciones y mucha suerte. Claudia

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