Portugal

En Belém, un barrio de Lisboa con personalidad propia, funciona el tranvía de inicios del siglo pasado. Para comer los pastelillos de este lugar (los mejores de Europa) se llega en este peculiar medio de transporte. (Foto: Eswin Quiñónez.)

En la Praça de Comercio, en Lisboa, los monumentos nos dan cuenta de un pasado glorioso, cuando Portugal dominaba el mundo. (Foto: Eswin Quiñónez)



El fado es la música tradicional portuguesa. Su construcción tiene mucho que ver con la música latina, sobre todo con el bolero, el pasillo y el tango. Fue toda una revelación. En Alfama, nos hartamos con carne a la portuguesa y fado. Buena elección como recorrer el barrio, sus zaguanes oscuros nos invitaron a ver una Lisboa medieval, un puerto lleno de historia. Aquí veo más similitudes con nuestros países que me obligan a pensar ¿en qué momento España deja de influir en nosotros? Los portugueses cantan en las calles, miran a las mujeres, si alguien les pregunta algo, simplemente, se pasan de amables. Hay algo que no cuadra entre España y Latinoamérica. (Foto: Jorgito)





Porto (Oporto en español) es una ciudad preciosa. Es un puerto en el río Douro (De Oro). Fue la primera capital de estos territorios. Sus vinos son famosos, son dulces y fuertes. Toda una delicia. (Foto: Eswin Quiñónez)


Nunca imaginé que Porto me llegaría a gustar tanto. Es la ciudad más descuidada, se vive con los espíritus de otros siglos. Miren al fondo, sus casas están derruidas. Tiene un encanto único. Aquí, con mis panas Jenny y Eswin. (Foto: David "Chilango" Santa Cruz)
Una mirada al río Tejo (el mismo que pasa por Toledo y termina inmenso en Lisboa). (Foto: Luz Jenny Aguirre)




El Atlántico, en Estoril, donde se corrían los GP de F1. Nunca imaginé que tenía playa. La pasamos bien allí. (Foto: Eswin Quiñónez)




Miro con cierta desazón la estación Oriente, que da casi con río Tejo, donde hay un contingente inmenso de maletas y plataformas rodantes dispuestas al éxodo de este país. En un momento regreso mis ojos y veo que Luz Jenny habla con cierta aplicación. Sonríe mucho y Eswin también. Van muy divertidos. Lo mío va más allá de la desazón o del simple hecho de que mis camaradas de viaje hablen al unísono, que el Chilango ponga su mirada triste (me intrigan tanto esos ojos tan melancólicos, luego de sus palabras eufóricas y las risas que devienen tras sus parlamentos graciosos), o que Hellen esté tan callada. Adelante, Mario está acorazado en el abrigo negro que le heredó el antiguo dueño de nuestro departamento. Rocío sigue recordando el piropo que le soltaron en la calle. Laura tose con convencimiento y Pedro Pablo canta algo de la certeza de una casa portuguesa. Yo sigo confiado en que Faulkner me entretendrá, pero me gana este sinsentido de cerrar mis ojos y confundir al impulso del bus en el puente de Setúbal con el despegue de un avión. Me río de cómo mi mente me puede jugar a la psicológica. Está casi por oscurecer y cierro mis ojos nuevamente a pesar del frío que se siente en el autobús. Es un viaje por la inconsciencia. Sé que me gana la sinrazón. El cansancio me hace distorsionar el momento, no estoy en un avión, y aún quedan más de ocho horas para retornar a Madrid. Parece una gran metáfora que no pueda distinguir los sueños de la realidad ni cómo se pasa de un país a otro, con eso de que no hay un portal para distinguir el retablo de la consciencia y el REM ni un control fronterizo entre Portugal y España. Finalmente, las tierras lusitanas quedan atrás con sus ciudades derrotadas por el tiempo y los recuerdos de una época de oro (como el río que cruza Oporto). Hasta que logro convertir a la desazón en sueño largo, profundo, incontrolable. Ahora, solo tengo la necesidad de acordarme de ti, de pensar cómo habría sido viajar contigo, que no te tengo a mi lado, que nunca te quedas fuera de mis pensamientos-recuerdos, y que no puedo creer que esté escuchando las canciones de Pearl Jam en el disco que me regalaste. Mientras el sueño quiere apartarme de ti, de Vedder y de Faulkner (mis compañeros creen que leer sus historias es mi metodología para cerrar los ojos, darme click, y minimizarme), ahora me voy de bruces contra la realidad: le tengo más miedo al frío de la soledad que al de afuera, y eso que el chofer anuncia que se queda en la estación de Conde de Casal y que no avanzará hasta Méndez Álvaro. (Foto: David "Chilango" Santa Cruz)

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