Viajecito a Segovia

Aquí estamos todos los viajeros, que nos reunimos el sábado pasado: Maru, Luz Jenny, David, , Pepe (que es un venezolano que no se llama José, pero que al ser Pedro Pablo, todo el mundo lo llama Pepe), Helen, Jorgito, Eswin y Mario. La verdad es que en esta ciudad hace un frío de antología que no respeta ni a un ser andino con recuerdos de páramo en los genes.


Segovia es una ciudad acogedora. Uno se cuela por las callejuelas y empieza a visualizar la vida del medioevo, sobre todo sus ritos cotidianos que a pesar de los siglos no son tan lejanos (los olores lo confirman, el griterío de los segovianos, los cochinillos exhibidos en los vitrales de los restaurantes, y que me recuerdan a la portada del disco de los recordados reyes del morbonoise quiteño, Chancroduro).


El acueducto, construido durante la dominación romana en Iberia, es un espectáculo monumental.




La vista de la ciudad desde la torre principal del Alcázar de Segovia, donde gobernaban los reyes católicos que unificaron a los reinos de la actual España (no les sirvió de mucho, porque ahora hay una fiebre autonómica). La vista es preciosa.
Aquí, en cambio, está la catedral. Miren la diversidad de influencias arquitectónicas. Las paredes tienen recubrimientos y monogramas árabes, además de la cúpulas de la nave central, hay columnas que recuerdan mucho al estilo gótico y el portal tiene columnas jónicas. Toda una belleza.

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