El voto no debe ser obligatorio

Alguna vez creí que el voto obligatorio daba la seguridad para que la representación política en el Ecuador tuviera sustento. Sin embargo, la duda se hace presente: ¿por qué todos los gobiernos elegidos democráticamente, desde 1978, se han basado en ofrecimientos puntuales (pan techo y empleo)? El voto obligatorio es la respuesta. Esto fue planteado por los capataces de los partidos políticos, que pensaron que su estatus jamás cambiaría, que su poder nunca se diluiría. Pero la fórmula se va agotando, y claro, siempre habrá alguien más demagogo que los propios políticos de carrera, es decir, siempre habrá un tipo que pueda convencer a las masas ofreciendo cualquier cosa. Piénsenlo, ¿si el voto no fuera obligatorio, habríamos elegido a León Febres-Cordero, a Abdalá Bucaram, a Lucio Gutiérrez y, posiblemente, a un Álvaro Noboa? (Cada uno, más demagogo que el otro). La única manera de que el compromiso ciudadano se vea reflejado en el poder político es hacer que el certificado de votación no sea indispensble para cualquier trámite público. Con eso se lograría que aquel que vaya a las urnas esté convencido de que su voto puede cambiar el destino del país, y lo haga por compromiso, no porque le ofrecieron algo que él mismo sabe que es absurdo, sino porque le consta que la estructura del gobierno de su candidato puede cambiar al país.
El voto no debe ser clientelar, sino un acto crítico.

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