Intento llamarte por teléfono un martes por la tarde
Hasta ahora no entiendo cómo es que tomé el teléfono y te llamé. Sentía que me derretía adentro de la cabina telefónica y que el peso del djembé que traía en la mochila era demasiado para un hombre a punto de sufrir una crisis viral capaz de tumbarlo en la cama por casi 36 horas. Claro, en la mochila no solo había el tambor, traía unos cuadernos para tomar apuntes para el periódico y un par de sacos. Los dos son grises. En realidad, mi intención era coger el bendito tambor y envolverlo en la toalla, pero la había mojado esa mañana, luego del baño matutino. Así que para salir y tratar de proteger mi djembé tuve que tomar esos sacos que ya no los utilizo, porque ahora Madrid está hecha una roca que empieza a encandilar. Es necesario contarte que no solo sirvieron para preservar de golpes a aquel instrumento africano: hicieron que el tambor sonara de maravilla, con un tono más emocionante, más alegre (recordé que las cantantes toman café o agua de manzanilla caliente y se abrigan la ga